sábado, 27 de diciembre de 2008





Como aquel día de verano en que te fui a buscar. Tenías el pelo recién cortado, un aroma a menta y ya no caminabas sobre tus rodillas, pues te habías decidido a enfrentarte a él solo, venciendo esos monstruos que añoraban poseer las riendas de tu destino. Sabías qué era exactamente lo que ibas a decir, te sentías tan seguro, transformado por esas nuevas manías que adaptaste durante el tiempo que estuve ausente, de tomar café al leer el diario, salir a caminar por las noches y usar remeras abotonadas y por esas inciertas costumbres tuyas que tenías, de dejarte llevar por lo que sentías en el momento, sin importar las circunstancias. Ésa era mi favorita, un don que me enseñaste a utilizar, y que me ayudó a confiar en mí misma, a creer en lo que pensaba y a tomar las más difíciles decisiones sin mirar al costado. Sin embargo, tu rostro gris de hoy no es el mismo que miré en aquellos años, no es lo que yo esperaba encontrar en vos. Tenerte a mi lado patiando motivos que justifiquen tus actos desesperados de encajar en ese círculo, que sabemos muy bien los dos que no es tu lugar. Y no te gusta, no, para nada, pero no ves otra salida y tus ojos están nublados, tu mirada ausente y tu alma se apagó. Dejame ser tu guía, que te lleve de la mano recordando los caminos que me enseñaste a transitar, dejame ser tu voz, y con el viento los dos, entre nubes escapar.



c.p





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