miércoles, 28 de abril de 2010

E s a m i r a d a
m e l l e v a . . .
la perra que los parió.-

lunes, 19 de abril de 2010


Insistí en quererte,

y ahora que no se si insistir tú insistes en quererme,

paradoja constante del amor

cuando te vas me quedo yo,

cuando me voy tú te quieres quedar...



bebe.-

viernes, 16 de abril de 2010

Sé que el tiempo sólo quiere vernos bien.
Ya me ves que no estoy quejándome y que quiero verte sonreír
y es que tu sonrisa es mil sonrisas cuando es para mí...

daniela herrero.-





siempre vas a ser lo mejor.

domingo, 11 de abril de 2010


Lo juro por mi pellejo,


para mí Dios es mi viejo.



lpda.-

martes, 6 de abril de 2010


[...] Si yo me muriera hoy, pensó bruscamente Mateo, nadie sabría jamás si yo estaba hundido, o si conservaba todavía algunas probabilidades de salvarme [...]
[...] "Una vida," pensó Mateo, "es algo hecho con el porvenir, como los cuerpos están hechos con el vacío". Y bajó la cabeza: pensaba en su propia vida. El porvenir lo había penetrado hasta el corazón, todo estaba allí, en última instancia, aplazado. Los días más antiguos de su infancia, el día en que había dicho "yo seré libre"; el día en que había dicho "yo seré grande", se le aparecían todavía hoy redondo por encima de ellos, y ese porvenir era él, tal como era en aquel momento, cansado y ya maduro; los días tenían derecho sobre él, a través de todo ese tiempo transcurrido, mantenían sus exigencias, y él sufría a menudo remordimientos aplastantes porque su presente, descuidado y hastiado, era el viejo porvenir de sus pasados días. Era él quien esos días habían esperado veinte años, era de él, de ese hombre fatigado, de quien un niño duro había exigido que cumpliera sus esperanzas; de él dependía que esos juramentos infantiles siguieran siendo infantiles para siempre, o que se convirtieran en los primeros anuncios de un destino. Su pasado no dejaba de sufrir los retoques del presente; cada día tenía un porvenir nuevo; de espera en espera, de porvenir en porvenir, la vida de Mateo se desliza suavemente... ¿hacia dónde? [...]

J.P Sartre.-

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